PEDRO SALINAS: TRANSTIERRO, DESTIERRO Y MISTICISMO EN “EL CONTEMPLADO”

10.06.2009 14:42

El caso de Salinas se mueve entre los dos tipos de exilio, pues vive tanto en países con lenguas diferentes a la suya, como en otros que hablan el español. El poema que nos ocupa fue concretamente escrito en Puerto Rico, donde “captura la euforia del retorno lingüístico” (Pérez Firmat 46). Tanta es esa euforia que escribe este ensayo, recién llegado a Puerto Rico:

“Persianas. Súbita, por entre las tablillas, se desliza en el dormitorio, la palabra, vívida, refulgente, entre sonido y saeta.
 ¡Brillo!
Toda la palabra se deleita en su r, se recrea columpiándose en ella, se pasa la mitad de su breve vida, demorándose, allí en su rrr. ¡BrRRRRillo! Tanto chirría como si le hubieran legado los grillos, recién, recién callados, los agrios metales de su noche” (cit. en Pérez Firmat 47). 

  En Puerto Rico, después de años de estar oyendo y hablando inglés, Salinas se retrata como “un hombre capaz de respirar después de años de asfixia” (Pérez Firmat 48). Estas son sus propias palabras:  

  “Cuando se siente uno rodeado de su mismo aire lingüístico, de nuestra misma manera de hablar, ocurre en nuestro ánimo un cambio análogo al de la respiración pulmonar, tomamos de la atmósfera algo, impalpable, invisible, que adentramos en nuestro ser, que se nos entra en nuestra persona y cumple en ella una función vivificadora” (Pérez Firmat 48, Salinas 1954, 275) 

  En Puerto Rico Salinas acepta la realidad tal como se le da y aprende a ver el cosmos en lo más inmediato (de Zuleta 103). 

  En cuanto a las influencias, filiaciones y coincidencias de Salinas, este autor se pasea por Gracilazo, cuya égloga tercera está presente en “La voz a ti debida”. Lo admiraba hasta el punto de decir que con Gracilazo se inaugura la poesía lírica amorosa en España (de Zuleta 50); por la mística poesía de San Juan de la Cruz (en “El Contemplado” la variación VII, “las ínsulas extrañas”, es un verso del “Cántico Espiritual” de San Juan. El mismo Salinas dice en “El Defensor”, que el “Cántico” de San Juan es el más alto poema español), por Cervantes, por las coplas de Manrique, por el romance del Infante Arnaldos. Está también Unamuno, Juan Ramón como ya se dijo, junto a Darío, y de la poesía francesa, Victor Hugo y Baudelaire (de Zuleta 57). 

  Todas las figuras de la poesía española que mencionamos en el párrafo anterior, se ven reflejadas más que todo en la métrica saliniana. Desde el punto de vista prosódico, vemos en Salinas los octosílabos, propios de los romances; la silva con versos sueltos y asonancias dispersas (de Zuleta 49), los octosílabos combinados con pentasílabos y tetrasílabos, los pies quebrados. Desde el punto de vista semántico se ven en otra instancia, a modo de leitmotif, la rosa como símbolo de la belleza perecedera, el río como tránsito fugaz, la vida como equivalente del sueño, el vivir como una tensión moral y una aspiración constante a una sobrevida (de Zuleta 49); en el sentimiento se ve un pudor y una contención que no impiden la confesión; aparece también la adhesión a la realidad total, el profundo amor hacia lo creado, y un tono que no deja de ser siempre gozoso y humorístico. Salinas siempre está en una “búsqueda de esencias” (de Zuleta 50). 

Algunos investigadores califican la poesía de Salinas como poesía mística, otros dicen que no conduce a la unión con lo absoluto (de Zuleta 51). Sin embargo, el mismo autor en su “Poética”, define la poesía como "una aventura hacia lo absoluto. Se llega más o menos cerca, se recorre más o menos camino: eso es todo " (Diego 1934, 318, De Lama 72). También dice querer que su poesía vaya “operando siempre sobre lo inexplicable” (ídem). Y dice además: “siempre seguro de no escribir jamás la poesía que lo explicará todo, la poesía total y final de todo” (ídem). Y en “El defensor” agrega: “la palabra es espíritu, no materia, y el lenguaje (…) es liberación del hombre, es reconocimiento y posesión de su alma, de su ser” (Salinas 1954, 284). Por lo tanto, es indudable que la visión de Salinas respecto de la poesía es una visión idealista, espiritual, y aunque él mismo no se concentre en el tema místico como tal, en lo que concierne a “El contemplado”, es una experiencia de profunda búsqueda que busca unirse con el absoluto, como lo hemos citado unas líneas atrás.  

  Julián Palley (1966), por ejemplo, dice que existe a lo largo de la obra de Salinas una contienda entre el ser y el no ser; entre el amor y la nada. Si partimos de una de las más importantes influencias que tuvo la poesía de Salinas —y para “El contemplado” en particular— partimos de San Juan de la Cruz, cuyas dos ideas centrales son la nada (como se ve en “La noche oscura del alma”) y la unión mística con Dios. El no ser se divide en: “reducción del mundo sensual a la desnudez, a la nada” y la “desnudez del espíritu” (Palley 13). Pues, explica el investigador, el místico busca la unión con Dios a través de la “nada de su espíritu” (Palley 14). Sólo por medio de la noche –la nada— resultará transformada la amada en el Amado” (Palley 14). Si nos remitimos a los textos de San Juan, vemos en “Subida al monte Carmelo”, este fragmento: “es necesario para que el alma haya de pasar a estas grandezas, que esta noche oscura de la contemplación la aniquile y deshaga primero en sus bajezas, poniéndola a oscuras, seca, apartada y vacía…” (cit. en Palley 14) Es lo mismo que dicen los monjes zen de “vaciar la mente para alcanzar a Buda” que correspondería aquí al Absoluto, a Dios. Raimundo Lulio, los sufis y Eckhardt hablan de este sentimiento de la nada. “Esta consumación divina, que se encuentra más allá de los poderes discursivos del hombre, y es mejor evocada por la poesía y el arte” (Palley 15). Sin embargo, Palley hace una diferenciación clara entre místico y poeta. Se asemejan en que “la oscuridad es la nada por la cual tanto el poeta como el mísitico tienen que viajar en su búsqueda del absoluto (…) lo que distingue al poeta del místico es que éste busca a Dios y aquél, el poeta, busca lo milagroso, las manifestaciones del absoluto” (Palley 16). Hay que agregar de todos modos que, ya que el poeta conoce la oscuridad y la nada, “se podría inferir que ésta es el tema de toda poesía” (Palley 16). 

  En cuanto al poema “El contemplado”, es de anotar que Salinas lo escribió después de diez años de esterilidad poética. El estilo es más bien clásico; se emplea la rima asonante y las formas tradicionales. En algunas de las variaciones, intercala versos endecasílabos con versos heptasílabos. Usa estrofas de dos versos con poemas sin estrofas o con pocas estrofas largas. Posee una unidad temática total que es el mar, el cual aparece personalizado, animado. Su relación con el poeta es a lo que apunta el título. La contemplación es activa. Es dialógica. “El Contemplado (1946) centra en las relaciones poeta-mar todos los ejercicios del análisis del propio yo y del mundo, tanto en su unidad esencial como en la multiplicidad innumerable de realidades parciales y de aspectos transitorios” (de Zuleta 68-69). El mar aparece como el maestro del poeta. Sus variaciones nos dan la esencia de las cosas del mundo si las miramos sabiamente (de Zuleta 71). 

  Este poema, es, no un diálogo entre contemplador y contemplado, sino entre amante y amado, que es, por otro lado, una constante en la poesía de Salinas. “el amante aparece, ante todo, en una actitud de espera, de interrogación y de búsqueda, porque sólo ella da riqueza y claridad al mundo” (de Zuleta, p. 91). En la obra saliniana la poesía amorosa es la constante, siempre expresada como un diálogo. En “El contemplado” Salinas vuelve al tema de lo amoroso y al diálogo, pero esta vez el amado es el mar, y el amor que él profesa hacia éste trasciende lo humano para emprender un camino hacia el Absoluto. Salinas se explica con estas palabras sobre su preferencia por el diálogo: “He sentido muchas veces que la forma literaria más hermosa es el diálogo” (Salinas 1954, 285). Y no sólo es diálogo la comunión entre amantes. Para el poeta español lo es también el que se abre entre poeta y musa. “Poeta y musa no serían, (…) sino el hombre en habla con su alma, el diálogo interior” (Salinas 1954, 286). El diálogo, pero en general, el lenguaje, “nos sirve de método de exploración interior” (Salinas 1954, 284).

  Hablando ya del poema “El contemplado”, Leal Deibe (1965) comenta que en éste la quietud es movimiento, y el movimiento, quietud. El sinfín del movimiento transforma al mar en algo eterno. Y ese movimiento se ve reflejado, no solamente en el tema que es el mar; se ve en la forma misma del poema. Si todas las variaciones del poema tuvieran un desarrollo estrófico regular, ello produciría una sensación de quietud. Pero Salinas prefiere combinar versos de diferentes extensiones métricas: endecasílabos y heptasílabos, hexasílabos con octosílabos, etc., lo cual, desde un punto de vista visual y fónico, sugiere al lector el ir y venir de las olas del mar. Esto, por otra parte, cumple con una función que responde a la búsqueda mística de Salinas, al asombro que es más una hierofanía que un simple asombro, sobre todo en las variaciones en que se combinan los heptasílabos con los endecasílabos. Es una alternancia métrica igual a la que hace San Juan de la Cruz en su poesía mística.

  La compenetración que Salinas logra con el mar se complementa con lo que él mismo escribe en “El defensor”:  

  “La voz es pura defensa. La criatura ve ante sí algo que por sus proporciones, su grandeza, su extrañeza, la asusta, casi la amenaza. Y entonces pronuncia, como un conjunto, estos tres sonidos: “mar”. Y con ellos, y en ellos, sujeta a la inmensa criatura indómita del agua, encierra la vastedad del agua, de sus olas, del horizonte, en un vocablo. En suma, se explica el mar nombrándolo, y al nombrarlo pierde el miedo, se devuelve a su serenidad. Es eso, el mar, no es monstruo ni pesadilla; es, no puede decirse de otro modo, más sencillamente grandioso, el mar” (Salinas 1954, 281) 

  En la cita anterior el poeta narra la anécdota por él conocida, sobre un poeta que lleva a una niña a ver el mar por primera vez, y es el grito de la niña, entre asombro y terror. Pero Salinas lleva esta anécdota a una experiencia mucho más profunda y universal, a la experiencia del hombre con el mundo y con la palabra. A la necesidad del hombre de poblar el vacío, el silencio abismante y poderoso de las cosas, o en el caso del mar, su misterioso lenguaje de espumas contra el viento, poblarlo con sonidos comprensibles para él, y aún más, como diría Walter Ong (1999, 17): “La escritura, consignación de la palabra en el espacio”. Esto quiere decir que el sonido –adscrito al tiempo—, se encajona en signos visibles –adscritos al espacio. “Aunque las palabras están fundadas en el habla oral, la escritura las encierra tiránicamente para siempre en un campo visual” (Ong, 21). 

  En el poema Tema precisamente nos dice cómo, “de mirarte tanto y tanto (…) te he dado nombre”. En el poema también dice; “soñando que te miraba, / al abrigo de los párpados / maduró sin yo saberlo, / ese nombre tan redondo / que hoy me descendió a los labios”. El nombre es la unión entre el círculo, imagen visual que además es símbolo de la perfección divina, y el sonido de la palabra. El nombre, en este poema es “El contemplado, el constante / Contemplado!”. Pero más adelante en la variación III titulada precisamente Dulcenombre, dice Salinas “cuando te llamo así, / por mi nombre, / ya nunca me eres extraño”. Es mi nombre pero es el tuyo (el del mar) pero yo (el hablante lírico) te lo descubro. Eso, como dice Leal Deibe, hace que sea mío (Leal Deibe 223). El siguiente verso lo corrobora: “Pero tengo aquí en el alma / tu nombre, mío”. El nombre es un vínculo profundo de un alma con otra alma. Y dice en otro verso: “si te nombro soy tu amo / de un segundo ¡Qué milagro!”. Y este vínculo no es estático, ni está terminado nunca. Es un hacerse constante. “…el hacer del poeta debe encontrarse en justa reciprocidad, según sabemos, con el hacer de lo amado. No otra cosa sino hacer –dijimos—es el alma: manantío que no cesa. Por eso este mar se ve, no encalmado, sino en constante dinamismo” (Leal Deibe, 224).

  El poeta se reconoce entonces, en este diálogo, como un yo mortal frente al yo eterno de ese mar. Pero esa mortalidad, como el mismo mar, como el mismo hacerse, también va mutando tan pronto el poeta va alcanzando cada vez más altos estados de conciencia. El poeta, a través de la contemplación del mar, se va encontrando a sí mismo, va penetrando en su propio mundo interior, y va atravesando esos mismos estados de la mente hasta que comienza a fusionarse con el mar. Como lo muestra la variación VI, cuyo título es “todo se aclara”, el mar representa en este poema el propio poeta en su búsqueda. “En el confín nace de tus aires / un pensamiento vago (…) se alzan arrebatadas, velocísimas / olas a descifrarlo”. Es el afán de Salinas por comprender la realidad, y llegar a la luz: “Qué claridades se hallan por la prisa? / La breve del relámpago // Tarda noches la noche en ser aurora / la luz se hace despacio”. El poeta penetra en la realidad, asumiendo sus espejismos y a la vez sabiendo que hay algo más allá. Hay un afán de vivir en perfección, con unidad que es claridad (de Zuleta 74). Sin embargo, en el mar encuentra el poeta un dinamismo en que la perfección es siempre superada por la búsqueda de otra perfección. “Pero tú nunca te quedas / arrobado en lo que has hecho; / apenas lo hiciste y ya / te vuelves a lo hacedero”. 

  Y más adelante, en la variación XIV, se une a la búsqueda, al mar y a la salvación por la luz, el acto de mirar. El poeta, al observar el mar eterno, es como una ola de tantas, que se extingue para dar paso a otras. Escapa de lo que el tiempo tiene de destructivo, para vivir en un presente inagotable: “soy un momento / de esa larga mirada que te ojea”. El poeta alcanza un paraíso que “no renuncia al cuerpo” (Leal Deibe 234). La mirada ahonda permanentemente, amorosamente, en lo absoluto. El nombre es un hacer, no es un hecho (Leal Deibe 223). El nombre es subjetivo pero eso no quiere decir que no estuviera en el objeto. El poeta lo descubre, no lo inventa. Es la esencia del objeto. El nombre es equiparable al alma. En “El contemplado”, “al hablar, el hombre deja de ser una cosa entre las cosas” (Salinas 1954, 281). Al hablar con el mar, el poeta deja su yo de hombre para unirse al todo que es el mar.

  Hay un relato muy conocido entre los místicos chinos, japoneses e indios, en que se va narrando la relación que se da entre un monje y un elefante –en algunas versiones es un buey. En el monasterio tibetano de Zhongdian hay un fresco budista que narra esta historia. Al comienzo del camino, el monje corre tras el elefante, que a su vez persigue un mono. Elefante y mono aparecen pintados de negro. Más adelante, el monje logra enlazar por la trompa al elefante y el mono aún va delante, pero el elefante está mirando hacia el monje; elefante y mono tienen la cabeza blanca y el resto negro. En el cuarto estadio ya el monje va delante, el elefante permanece un poco reluctante ante la cuerda que lo hala, y el mono va de último; ambos animales, casi blancos. Luego el elefante se deja llevar, la cuerda laxa, el mono tomándolo de la cola. En la sexta el monje va sobre el elefante, ya totalmente blanco. Y al final aparecen, el monje por fin meditando sentado, y el animal durmiendo a su lado. Son siete los estadios de este camino, y simbolizan la lucha del monje por aplacar su mente –el elefante— y hacer que ésta deje de ceder frente a las distracciones del mundo exterior –el mono. Es la domesticación progresiva del sí mismo hasta llegar al éxtasis, al nirvana. 

  Algo parecido es lo que experimenta y escribe San Juan de la Cruz en sus poemas. Pongamos por ejemplo la “Noche oscura del alma”, en que va contando cómo sale la “amada” “sin ser notada (…) por la secreta escala” buscando al “amado” hasta que resulta la “amada en el amado transformada”. Este poema está construido en estrofas de cinco versos, tres heptasílabos y dos endecasílabos. Si sumamos las sílabas de cada estrofa, nos da un total de 33, número místico relacionado con Cristo. Salinas, que conocía muy bien la poesía de San Juan de la Cruz, utiliza esta misma combinación, no con la precisión estrófica del místico español, pero sí con la conciencia de estos números sagrados. 

  Volvamos a la variación VI, que sigue esta alternancia. Guarda con el poema de San Juan el tema de la oscuridad y la luz. La oscuridad como preludio, como búsqueda de la luz. La luz como “el amante”, o como dice el poema de Salinas, la que “traduce incógnitas lejanas / a gozos inmediatos”. La variación última retoma el tema de la luz que salva, haciéndolo más explícito. Este es un poema de métrica más libre que otros del libro, en el que combina versos de diferentes extensiones. El acto de mirar al mar como posibilidad de inmortalizarse, la pérdida de la individualidad gracias a ese mirar de muchos ojos y la fusión del yo con la colectividad gracias al mirar; ese mirar que además conduce a la salvación. Todo esto se relaciona con temas de indudable trascendencia: la salvación, la muerte, la relación con lo absoluto. Así que no podemos dejar de lado la idea de que ese poema con variaciones de Salinas es un poema místico. Y lo es, no porque hable expresamente de dios, sino por lo que dice, y que ya citamos atrás, que la poesía es una aventura que conduce hacia lo absoluto. Es sólo que el hombre nunca podrá llegar a ese destino, sólo acercarse un poco, andar por los linderos, vislumbrar islas que no puede conocer, que no se le está dado conocer. 

  Sobre el transtierro y el destierro, en el poema lo que se ve es la nostalgia por su tierra que hace que quiera unir todos los mares en uno solo para que ese único, al mirarlo, le traiga recuerdos de todos los otros, y por ende, de su lejana patria. Salinas se viene a encontrar con ese mar después de sufrir también destierros en el amor: el matrimonio de Katherine y el paulatino enmudecimiento en el que esa relación se va sumiendo, lo han llevado a él también a enmudecer. Después de haber escrito “La voz a ti debida”, e irónicamente se ha quedado sin voz. Diez años pasa en silencio en cuanto a la creación poética. Y al llegar a Puerto Rico, no sólo representa para él un cambio de idioma, un cambio de mar, un cambio de latitud; tal vez es todo esto junto, pero en Puerto Rico él encuentra un nuevo motivo para escribir. Es su tercer amor. El primero, Margarita, el segundo, Katherine, y el tercero, ese mar. Ese mar que incita al poeta, en los últimos versos del libro, a decir: “Por venir a mirarla / día a día / embeleso a embeleso, / tal vez tu eternidad, / vuelta luz, por los ojos se nos entre // Y de tanto mirarte, nos salvemos”.

  En conclusión, Salinas, por el hecho de ser miembro de la generación del 27, tiene una mente abierta que juega con la poesía clásica y con la poesía de su momento, acoge la rima y la métrica pero para jugar con ella. Por otro lado, el hecho de haber vivido tan lejos de su patria y en lugares que lo excluyen geográfica y lingüísticamente de ella, le permiten valorar su propia lengua y emprender juegos más osados quizá que otros autores que no tienen que sufrir el exilio. Juegos como el de Brrrillo. O abanderarse e incitar a sus lectores a amar el español, a unirse por el español, a luchar por él. Sobre el transtierro y el destierro, el primero, que es el que ocurre en Puerto Rico, resulta siendo un momento que le permite a un poeta español sentir desde esa isla a miles de kilómetros de distancia, la eternidad del mar, que quizá, aún teniéndolo al lado en una playa europea, no hubiera sido capaz de sentir con esa profundidad, esa total compenetración, esa entrega. 
  
BIBLIOGRAFÍA 

Leal Deibe, Carlos. La poesía de Pedro Salinas. Madrid: Biblioteca románica hispánica, editorial Gredos, S.A., 1965.
De Zuleta, Emilia. “Pedro Salinas” en Cinco poetas españoles. Madrid: Biblioteca románica hispánica, editorial Gredos, S.A., 1971. 43-107.
De Lama, Víctor. Poesía de la generación del 27, Antología crítica comentada. España: EDAF, S.A., 2002, 2ª edición.
Ong, Walter. Oralidad y escritura. Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 1999.
Palley, Julián. La luz no usada, la poesía de Pedro Salinas. México: Ediciones de Andrea, colección Studium No. 55, 1966.
Pérez Firmat, Gustavo. “Love in a foreign language” en Tongue Ties, 2003.
Salinas, Pedro. “Defensa del lenguaje” en El Defensor, Madrid: Alianza Editorial, 1954, pp. 275-327.
  --------. El Contemplado. Madrid: Visor libros, colección visor de poesía, 2004

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